Cultura de la Prevención y de la Seguridad: La reducción de los desastres empieza en la escuela

Por: Teresa Sosa

Impedir que los desastres naturales ocurran  es imposible, por eso las sociedades deben crear recursos e instrumentos para limitar sus efectos, esto es incuestionable. Pero es prioritario, a la par, forjar una cultura de la prevención y de la seguridad, donde la tarea de  la Escuela es fundamental.

Es necesario en la actualidad, asumir el desafío de que  es impostergable para todos los países del mundo, prevenir los riesgos a que se ve expuesta la población en ocasión de los fenómenos climatológicos que pasan a convertirse en catástrofe nacional, en gran parte, por la inexistencia de la Cultura de la Prevención y de la Seguridad.

Aunque la prevención resulta intangible para el pragmatismo político, la prevención es en realidad lo que puede contribuir  a  salvaguardar la vida humana y a disminuir los altos costos que significan los proyectos de reconstrucción por una catástrofe; la necesidad de reconstrucción puede disminuir bastante si la prevención está instalada en la cultura de un país.  Aunque en la prevención se debería invertir los mayores esfuerzos físicos y monetarios, no es así en casi todos los países del mundo, ya que el presupuesto más elevado los gobiernos lo destinan a la reconstrucción.

Una cultura de la prevención significa identificar cuáles son las zonas de riesgo de una comunidad, qué hacer en caso de una emergencia o cómo organizar a las personas para enfrentar una catástrofe. Crear esta actitud es labor de todos los sectores y muy especialmente de la educación formal (la Escuela).

Debemos tener presente que las características geográficas, geológicas, económicas y sociales de los países de América Latina, los hacen cada vez más vulnerables a los desastres producto de los cambios climáticos.

Naciones Unidas  ha establecido la Estrategia Internacional para la Reducción de los Desastres, EIRD (http://www.eird.org) como marco global de trabajo para la acción. En el sitio en Internet antes indicado, ustedes pueden encontrar información valiosa sobre experiencias de prevención e información de catástrofes.

Especialistas ingleses en la materia nos advierten  en un comunicado en octubre de este año, que en los próximos seis años se incrementará en 54% el número de damnificados por desastres naturales vinculados al cambio climático, llegando a 375 millones para el 2015. Lo que afectará más a mujeres y niños/as que son los sectores más vulnerables.

Papel de la Escuela

En todas las sociedades, los niños/as representan la esperanza del futuro. Como resultado, y debido a su vínculo directo con la juventud, se considera en todo el mundo que las escuelas son instituciones de aprendizaje para infundir valores culturales y transmitirlos a las generaciones más jóvenes; por lo tanto, los proyectos gubernamentales de educación formal deben dedicar esfuerzos y recursos para proteger e instruir  a nuestros niños y niñas antes de que se produzca un  desastre.

En diciembre de 1999 los deslaves producto de las lluvias en el estado Vargas, Venezuela, dejaron miles de personas fallecidas, miles de damnificados (todavía no hay cifra oficial de personas fallecidas y de las que quedaron sin vivienda, que son miles…todavía).

Otra dolorosa experiencia, en otra latitud: el terremoto de Pakistán en octubre del 2005, en el cual más de 16.000 niños/as perecieron al desplomarse las escuelas. Y los deslaves que produjeron las inundaciones en la isla de Leyte en Filipinas (2006) donde más de 200 estudiantes fueron enterrados vivos.

Con base en experiencias previas, se conoce que los niños/as que tienen conocimiento sobre los riesgos de las amenazas naturales desempeñan un importante papel cuando se trata de salvar vidas y proteger a los miembros de la comunidad en momentos de crisis.

Cuando se produjo el tsunami de diciembre del 2004, la estudiante británica Tilly Smith logró salvar muchas vidas en una playa de Tailandia, puesto que instó a la gente a huir de la costa: sus lecciones de geografía en Gran Bretaña le permitieron reconocer las primeras señales de un tsunami.

Anto, un joven de la isla indonesa de Simeulue había aprendido de su abuelo qué hacer en caso que se produjera un terremoto. Él y todos los otros isleños huyeron hacia tierras más elevadas antes de que el  tsunami azotara la isla, logrando así que todos los miembros de su comunidad, a excepción de ocho, se salvaran.

Escuelas sin riesgos

Lo antes señalado, conduce a que la protección de nuestros niños/as durante las amenazas naturales, requiere en los actuales momentos, de dos acciones prioritarias que, aunque distintas, son inseparables: la educación para la reducción del riesgo de desastres y la seguridad escolar.

En la mayoría de las sociedades, además de su papel fundamental dentro de la educación formal, en  tiempos normales las escuelas sirven como punto de reunión de la comunidad y para la conducción de actividades colectivas y, en tiempos de desastres, como hospitales improvisados, centros de vacunación y lugares de refugio.

A pesar de ello, varios miles de millones de niños/as en los países de América Latina asisten a escuelas cuyas edificaciones son precarias y están ubicadas en lugares de alto riesgo.

La educación sobre el riesgo de desastres y la seguridad de los edificios escolares es una de las áreas prioritarias para la acción que  adoptaron 168 gobiernos durante la Conferencia Mundial sobre la Reducción de Desastres (ONU), realizada en enero del 2005.

Tarea apremiante

De acuerdo a lo anterior, todos los gobiernos están comprometidos a capacitar a los maestros y maestras, profesores y profesoras, a desarrollar planes de estudio que apoyen la enseñanza de la reducción del riesgo de desastres a gran escala.

En muchos países, la juventud y la niñez se benefician de una amplia variedad de formas de abordar las amenazas naturales, la preparación y la prevención de desastres. Estas prácticas son muy variadas en cuanto a su enfoque, intensidad y calidad, entonces es probable que también se pueda tomar en cuenta alguna forma de enseñanza sobre las amenazas naturales y la seguridad  escolar y de la población de otros países.

Un modelo muy loable y que goza de mucho prestigio internacional, es el que ha ido construyendo y desarrollando Cuba durante muchos años. Por ejemplo, en septiembre de 2004, Cuba aguantó Iván, el quinto huracán más grande de la historia del Caribe, con vientos sostenidos de 124 millas por hora. Cuba evacuó a casi 2 millones de personas, más del 15 por ciento de la población total, cientos de miles en el plazo de las primeras tres horas.

El increíble 78 por ciento de esos evacuados fueron dados por bienvenidos en los hogares de otros cubanos menos expuestos al paso del huracán. Los animales y las aves fueron desplazados. Nadie murió. La ONU declaró esta operación como un modelo para la prevención de desastres.

Cuba cuando tiene que enfrentar un huracán,  toda la población es consciente de qué medidas y qué procedimientos tienen que seguir. Conocen las etapas de alerta de emergencia, dónde conseguir la información, cómo asegurar su casa y dónde tienen que ir para refugiarse si fuera necesaria la evacuación.

La población cubana claramente ha desarrollado una cultura de la seguridad, como muy pocas existen en el mundo. Cualquier niño o niña cubana puede explicar: cómo se tiene que preparar; qué debe hacer. Los estudiantes saben perfectamente qué hacer, cómo recoger las cosas en la casa y ponerlas en su lugar, cómo desconectar el agua y la electricidad. Todos los estudiantes, obreros, campesinos reciben esta capacitación.

Algo básico funciona en Cuba: la identificación de riesgos, continua y meticulosa, a nivel comunitario para la contención y reducción de riesgos.

La mirada gubernamental que aún no existe en Venezuela

Dirigida a la necesidad imperiosa del desarrollo  de la cultura de la prevención y de la seguridad a través de  los planes de estudio de las escuelas primarias, secundarias; y en los proyectos educativos comunitarios de desarrollo humano. Para que estos  conocimientos promuevan la concientización y una mejor comprensión del entorno inmediato en el que el alumnado y las familias viven y trabajan.

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