En la edición de hoy publicamos la última parte de Los Cuadernos. Al culminar las tres entregas consecutivas, queremos destacar que para Palabra de Mujer constituye un gran honor, ser la fuente original y el medio a través del cual fragmentos de esta importante obra, traducidos por primera vez del francés al español por nuestra querida compañera del equipo editorial, Gloria Comesaña Santalices, seleccionados, analizados y comentados por ella, para su publicación en este espacio, están siendo leídos y conocidos por un muy amplio conglomerado de lectoras y lectores en nuestro país y en otras latitudes (la Editora).
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Por: Gloria Comesaña Santalices
En Julio de 1929 aparece Sartre en su vida, presentado por Maheu, quien pese a estar casado y rechazar la infidelidad, tanto por respeto a su esposa, como a Beauvoir, no deja de expresarle sus sentimientos.
Finalmente ella decide que quien de verdad le interesa y colma todas sus expectativas es Sartre:
Mi admiración por los otros es más o menos cosa decidida, poesía; sólo Sartre me ha dado la libertad de una sinceridad absolutamente entera, de una simplicidad que no trata de construir nada. Ahora, gracias a ello, he comprendido a mi príncipe de los Lamas. ¡Y bien!, no, no lo estimo mucho, y conservo la impresión penosa que me había dado hablando de su mujer, del mundo, de la sociedad- sensualidad, arribismo, un poco de vanidad, puerilidad- y falta de generosidad. Moralmente no lo aprecio. Intelectualmente, no me basta: no se interesa a suficientes cosas, no comprende suficientemente rápido, no domina todas las cuestiones. (…) y esta clara y pura sequedad de su espíritu es para mí un poco asfixiante. Viendo todo eso, pensaba en Sartre, a la forma tan parecida a la mía en que las cosas existen o no existen para él, sus relaciones con las mujeres, con el mundo, su cultura, su pasión por las ideas, todo eso por el contrario lo admiro, lo estimo sin reserva, lo veo netamente, lo coloco a una altura extraordinario.
Y haciendo, como acostumbra el balance del año transcurrido, escribe en Septiembre de 1929:
Julio- agosto-septiembre. Sartre. El mundo acaba de abrirse. Aprendo lo que es un destino de mujer y que es éste el que yo quiero. Aprendo lo que es pensar, lo que es un gran hombre, lo que es el universo. Me libero de todos los viejos prejuicios religiosos, morales, y falsos instintos. Aprendo la sinceridad entera, la libertad de pensar y de vivir su pensamiento con su espíritu, su corazón, su cuerpo. Inmensas revelaciones- sin trastornar, porque todo estaba preparado. Consumación del pasado, apertura a un porvenir diferente a estos cuatro últimos años. (…) y diez días en La Grillère donde acabo de conocerlo y amarlo. Y la promesa de un fuerte amor, de una amistad de siempre.
En todos estos análisis sobre sí misma, sus aspiraciones y sentimientos (sorprendentes en su detalle, finura y acuidad) y particularmente en los que se va revelando cómo surge su amor por Sartre, nos atrevemos a decir que se encuentra la clave de su permanencia al lado de este hombre, que por otra parte la hizo sufrir bastante al negarse a cualquier compromiso que no fuese su amor necesario, al lado de los otros que ambos tendrían, que fueron siempre, aunque no sin dificultad, a veces, llamados por él, contingentes.
Y aquí coincidimos con los análisis que al respecto hace Sylvie Le Bon. Para ella está claro que, si bien ambos están de acuerdo en lanzarse a esta aventura, no parten en igualdad de condiciones: Porque ella es mujer, el coeficiente de adversidad de las cosas, está multiplicado por su lado, y lo excepcional comporta un peso de riesgos que Sartre ni siquiera sospecha.
Y por el hecho de que Beauvoir es amante de correr riesgos, dado su valor y su orgullo, no debe minimizarse la importancia de estos riesgos, ya que en aquella época, al rechazar el matrimonio, ella se expone de una manera enorme. Pero además, dadas las condiciones del pacto que le propone Sartre, ella acepta, en palabras de Le Bon: en el seno de la dicha la precariedad, la inseguridad, un porvenir quizás de nuevo solitario.
Ella no puede saber, en ese momento en que lo arriesga todo, que esos dos años se convertirán en una relación de cincuenta años, de toda una vida. Sin la lectura de estos Cuadernos, no podríamos comprender por qué ella estaba preparada para vivir esta aventura. Sartre, en cambio, no corría prácticamente ningún riesgo, dado su estatus como varón y la cantidad de roles sociales aceptables para él.
No es él, sino ella la que apuesta fuerte en este juego. Además, Sartre, es según Le Bon: una especie de: pez frío al cual una distancia interior infranqueable separa de él sus sentimientos. Si bien es sensible, no puede apasionarse, afligido de una especie de mutilación afectiva, de frigidez pasional, por la cual es más digno de compasión que de censura, pero que de hecho le facilita las cosas.
Simone de Beauvoir, en cambio, es totalmente diferente en este sentido, lejos de tal ataraxia. Ella es, como hemos visto, emotiva, apasionada, vulnerable y excesiva, dice Le Bon: Desde el comienzo de su relación ella analiza lúcidamente la diferencia que, en el seno de su gemelaridad la opone a Sartre. Diferencia que no pone en cuestión su proximidad. Pero que hay que admitir y afrontar – el esfuerzo sobre sí misma no puede sino asignársele a ella, sostenido, ciertamente, por la inmensa confianza que tiene en Sartre.
Y con respecto a todo esto, la joven Simone, cuando decide unirse a Sartre, está muy clara en cuanto a los riesgos que corre, jugándose su autonomía, que ha conquistado a lo largo de los cuatro años que dura la escritura de los Cuadernos.
Y así escribe en Septiembre de 1929:
No tengo miedo del porvenir, tengo una confianza total en Sartre; él jamás me hará daño, más allá de lo que será absolutamente necesario, y yo me las arreglaré también. No lamento nada de lo que dejo detrás de mí, de esta adolescencia, de esta querida Casa; creo por el contrario que este bello sueño en el que he vivido durante tres años no puede conservar su pureza sino de esta forma. Cielo azul. Biblioteca Nacional, Stendhal, café helado, Tullerías. Atardecer placentero y tierno. Amor inmenso por Sartre.
Ella elige pues a Sartre, como lo hará siempre a lo largo de su vida, aunque haya otros amores apasionados, y más arrolladores que lo que en esas etapas más maduras de su vida representa la relación con Sartre, como es el caso de su relación con Nelson Algren, que le propone matrimonio, y cuyo anillo ella portará hasta su muerte.
Pero ningún otro hombre le proporciona lo que ella encuentra en Sartre: ciertamente, ella lo admira, pero además él la comprende, la apoya, y estimula en el camino de la escritura que ella ha elegido desde muy joven, como prueban los Cuadernos, donde casi desde las primeras páginas, esboza argumentos para las obras que se propone escribir.
Y es esta fe en su vocación de escritora lo que la une más fuertemente a Sartre. Con una diferencia entre ambos, que señala muy acertadamente Sylvie Le Bon:
La singularidad de Simone de Beauvoir, sin embargo, con relación a Sartre, es que, dividida entre dos postulaciones contrarias, escribir y existir, ella no quiso sacrificar ni la una ni la otra. Las dos valen para ella absolutamente: la dicha de existir, y la necesidad de escribir, por una parte el esplendor contingente, por la otra, el rigor salvador. Hacer de su existencia el objeto de su escritura, le permitirá en parte, salir del dilema (…) apuntando a lo universal la novelista se transforma en ensayista, en filósofa, y para Simone de Beauvoir no hay por qué elegir entre estos dos modos de expresión, ni preferir el uno al otro. Literatura y filosofía no se oponen, se completan, y tan pronto ella sentirá la necesidad de la una como de la otra.
Lúcidos autoanálisis
No puede decirse que la relación con Sartre, que va a durar toda la vida, con su estatuto tan diferente de una relación tradicional, no haya sido sopesada y definitivamente elegida con conocimiento de causa. Así, el 3 de Noviembre de 1929, escribe:
Estoy feliz. Siento más claramente que nunca toda la fuerza que exige un amor tal, la falta de seguridad, las amenazas. Siento cómo una promesa definitiva, cómo el matrimonio comportan un reposo, una dulzura, un gozo sin temor, pero siento que esto es mucho más bello, y que no tiene ninguna importancia sufrir las noches en que uno es débil, que no dejaría mi lugar por todo el oro del mundo. Estoy satisfecha de mí, y lo amo.
No dudo entre dos amores. Dudo ante el amor. Tengo miedo. Siempre he tenido miedo. (…) Hay en mí un deseo desenfrenado de libertad, de aventura, de historias, de viajes, de otras almas; un deseo de mantener todas las puertas abiertas, de darme a todo, un rechazo de todo lazo, un temor al matrimonio, que siento lo más alejado de mí.
Editó las tres entregas: Teresa Sosa