El rol de la mujer en la prensa venezolana del siglo XIX

abril 21, 2013

 

Por: María Fabiola Di Mare*

En el siglo XIX, la prensa venezolana se convirtió en el vehículo primordial para fomentar valores de ciudadanía, orden, paz y adelanto cultural. Estos valores se ajustaban a los ideales de la élite intelectual, que intentaba propiciar la construcción y consolidación de la nación de acuerdo a los cánones de las naciones modernas de Europa o Estados Unidos.El Cojo Ilustrado. Caracas.

 Esa preocupación es constante en la mayoría de las revistas decimonónicas venezolanas. Entre las más importantes se pueden señalar La Oliva (1836), El Liceo Venezolano (1842), El Repertorio (1845), El Patriota (1846), El Museo Venezolano (1865), El Zulia Ilustrado (1888), El Cojo Ilustrado (1892), entre otras. Algunas de estas publicaciones, especialmente las tres últimas, se caracterizaron por su elegante presentación visual, así como también por la profusa reproducción de folletines o novelas por entregas, poesía y demás formas ligadas al romanticismo más sensiblero.

 Estos textos de influencia romántica publicados en la prensa literaria del periodo decimonónico contribuyeron a consolidar una imagen tradicional de la mujer, que asociaba al sujeto femenino con ideas ligadas a convenciones morales. La poesía romántica y parnasiana se dedicó de manera frecuente a relacionar a la mujer con virginidad, belleza, flores, aves, divinidad celestial, pureza y amor.

Del mismo modo, las novelas de folletín asociaban comúnmente a la mujer con ideas de pasión, sentimiento, venganza, ira, traición, vanidad, irracionalidad. A los personajes masculinos, por el contrario, se les mostraba fuertes, racionales, reflexivos. Para que no se entienda esto como una generalización, debe enfatizarse que los folletines eran narraciones sumamente estereotipadas, de estructura lineal, cuyos relatos y peripecias tenían como objetivo fundamental encauzar valores morales, promover la educación y el entretenimiento de un público medio.

Aunado a esto, para mostrar los avances de la modernización cultural de la nación, se hacía necesario cuidar los comportamientos sociales. De allí los manuales de urbanidad que comenzaron a proliferar en esa época, siendo uno de los más conocidos el Manual de Carreño.  En este sentido, la vestimenta femenina permitía a las distinguidas familias demostrar su capacidad de transmitir una lujosa apariencia, como prueba de la urbanidad y de las transformaciones que venían suscitándose en el seno de la vida social.

Al igual que lo hicieron diversas publicaciones periódicas en el continente, las páginas de la revista El Cojo Ilustrado, por citar unas de las más importantes, manifiestan una especial preocupación por demostrar el uso de las modas y los adornos –mayormente femeninos, pero sin dejar de lado la elegancia masculina- como un aspecto que permite juzgar el estado civilizatorio de la nación. De esta manera, se reproducían los cuerpos simbólicos de una ciudadanía que se encauzaba dentro de los parámetros europeos. La urbanidad y la vestimenta serían dos elementos vinculados, que posibilitarían, por un lado, ampliar la base de lectoras femeninas, y por el otro, legitimar el proyecto nacional a través de la esfera doméstica, gracias al interés que los artículos de moda originaban en las lectoras. 

 En ese sentido, la mujer estaba en la obligación de demostrar el adelanto cultural de la sociedad a través del vestir, objetivo que se intenta alcanzar con la difusión de los fotograbados de mujeres que lucían atuendos suntuosos.

El vestir y el cuidado corporal femenino eran aspectos que se asociaban con sus deberes conyugales y familiares, pero también se vehiculaba con el rol de la mujer como metáfora de la nación, es decir, como signo de ciudadanía. A estos textos se unen los continuos fotograbados de mujeres elegantes, cuyo candor y belleza física se hiperbolizaba. Ellas lucían sus lujosos atuendos, sudando a chorros en el trópico, pero satisfechas porque sus vestimentas se usaban en París.

 En el periodo finisecular, para afianzar la idea de modernización cultural, la intelectualidad utilizó al sujeto femenino como “vitrina de exhibición” de la sociedad. En ese orden, al atuendo elegante no podía faltar el comportamiento adecuado a las normas de urbanidad, que se lograrían mediante una educación reducida a inculcar valores de moral y buenas costumbres.

 La idea del “bello sexo” que circundó en torno a la prensa del siglo XIX, vinculada con el establecimiento del sistema capitalista y la cultura moderna, se correspondió con una imagen muy tradicional y hecha lugar común en la época, que proyectaba a la mujer como un ser pleno de candor, ingenuidad, dulzura, sumisión y obediencia. Esta concepción de la mujer de las clases superiores, exentas de trabajo, las dispuso a dedicarse al embellecimiento corporal, al maquillaje, a la utilización de joyas y a emprender todo tipo de cuidados para agradar a sus maridos y servir de espejo civilizatorio.

La mujer debía prepararse para el matrimonio, y por ende, para la relación conyugal monogámica y endogámica, quedando relegada al ámbito doméstico y a la fidelidad sexual. Como pieza fundamental del núcleo familiar, se le daba importancia a su formación y educación, pero con ciertos límites, para garantizar la correcta crianza de los hijos. Asimismo, la instrucción femenina también tomó un valor significativo, porque redundaría en la correcta formación pedagógica de niños y jóvenes.

La igualdad de la educación entre el hombre y la mujer desvirtuaba el orden patriarcal naturalizado, que confinaba de manera exclusiva a la mujer a las actividades domésticas de cuidado y educación familiar.  Para la intelectualidad del momento, la mujer se debía ceñir al ámbito privado e íntimo (del hogar, específicamente), mientras que el hombre estaría a cargo de las actividades públicas y de notoriedad social.

Es así como en la prensa del siglo XIX se fue construyendo un horizonte ideológico y cultural que construyó las tipologías del hombre y la mujer, al tiempo que estableció roles y pautas de comportamiento, ideas ligadas también al auge del positivismo. De acuerdo con estas convenciones morales que se fueron naturalizando, la mujer estaba confinada a otro lugar, a otro tiempo, el del amor, la naturaleza y el sentimiento, ajena a las preocupaciones cotidianas de los hombres, a quienes les asiste la razón para conducir los destinos de la ciudadaní

En concordancia con estas ideas, las revistas del momento mostraron una iconografía que precisaba los roles masculino y femenino en la vida social, de acuerdo a valores tradicionales. El hombre estaba destinado a la cosa pública, mientras que la mujer podía figurar solo por  sus aptitudes artísticas (por ello destacan pianistas, sopranos, escritoras y actrices de teatro).

De acuerdo a esto, el rol de la mujer en la política se circunscribe a su influencia dentro del espacio doméstico y al papel secundario que se le permitía de servir de apoyo y estímulo moral al hombre. La mujer era considerada un ser preso de arrebatos sentimentales, incapaz de dominarse y de ejercer la razón como para confiarse sobre ella aspectos que solo se consideraban menesteres de los hombres. Se le mostraría como un sujeto decorativo y pasivo en la sociedad, frente al papel activo del hombre.

Debe agregarse que no fueron pocos los debates en torno al papel femenino en la época decimonónica, lo cual deja entrever una preocupación de la intelectualidad de ese momento ante los cambios que en esta materia se estaban gestando, aun tímidamente, como parte de las transformaciones sociales y políticas que se propugnaban en las sociedades del mundo moderno.

 La época de fin de siglo XIX fue una etapa de transición y de cambios, que preparará a la floreciente ciudadanía venezolana para ingresar en la acelerada dinámica mundial de la centuria venidera. Aspectos que tienen que ver con el culto a la belleza y al cuidado corporal femenino en la época decimonónica, limitado en ese momento solo para las mujeres de clase alta, advierten la efervescencia del ideal estético que posteriormente se masificará en el siglo XX con la influencia de las industrias culturales o mas  mediáticas, que exacerbarán aún más la belleza femenina a través de esbeltas modelos del cine y la televisión.

* Lic. Comunicación Social. Profesora en ULA-Trujillo

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